Había una vez en Capotillo, un día como cualquier otro. El sol apenas comenzaba a asomarse y las calles aún estaban frías por la lluvia de la noche anterior. Ariel Jean, un joven haitiano de 24 años con una estatura imponente, delgado y con ojos inquietos, se dirigía a su trabajo en una construcción. De repente, al doblar una esquina, sintió un escalofrío al escuchar una voz que anunciaba su presencia.
Sin darle tiempo a procesar la situación, la camioneta de la Dirección General de Migración (DGM) apareció de la nada y los agentes comenzaron a perseguirlo. Ariel, en una carrera desesperada, zigzagueaba entre los puestos de frutas y verduras, esquivando a los transeúntes y tratando de escapar de sus perseguidores. El corazón le latía con fuerza en el pecho mientras los gritos de los agentes resonaban en sus oídos.
Finalmente, después de una intensa persecución, Ariel fue capturado por los agentes y llevado junto a otros haitianos a la camioneta. Desde allí, lo trasladaron a un vehículo celda que lo llevaría a su destino final. Mientras el vehículo se alejaba, Ariel miraba por la ventana, viendo cómo los callejones de Capotillo se desvanecían en la distancia, sabiendo que esta no sería ni la primera ni la última vez que tendría que huir de la "Migra".
La vida clandestina de los haitianos en la República Dominicana es una lucha constante por sobrevivir. Ariel Jean, como muchos otros, ha experimentado detenciones y deportaciones en su búsqueda de mejores oportunidades. A pesar de los riesgos y las dificultades, sigue adelante, enfrentando cada día con valentía y determinación. La incertidumbre y el peligro son compañeros constantes en su camino, pero su espíritu indomable lo impulsa a seguir luchando por un futuro mejor.