Alicia y su valiente lucha
Para muchas familias, la llegada de un bebé es pura felicidad, lleno de sueños y esperanzas nuevas. Se preparan las cunas, se compran juguetes, y el hogar se llena de ilusión. Sin embargo, en algunas ocasiones, esos sueños dan un giro inesperado. Alicia De Oleo vivió esto en carne propia. Tras sentir algunos malestares, fue al médico y recibió una noticia emocionante: estaba embarazada por primera vez.
Los meses siguientes estuvieron llenos de consultas, ecografías y preparativos. Al principio, le dijeron que esperaba una niña. Sin embargo, casi al final del embarazo, una ecografía de rutina trajo consigo una sorpresa doble. Primero, los doctores corrigieron el sexo del bebé: ¡era un varón! Pero lo más preocupante vino después. Notaron que algo no estaba bien con su corazón. La fe y el amor han sido sus guías en la crianza de Daniel, quien requiere atención constante.
Una lucha constante
Alicia fue llevada de inmediato a una cesárea de emergencia. El momento que debería haber sido de pura alegría se convirtió en una experiencia llena de miedo. Poco después, los médicos le informaron que su hijo había nacido con hidrocefalia congénita, una condición que causa acumulación de líquido en el cerebro. “Solo vi que tenía una gran melena”, recuerda. “No lo volví a ver más porque lo entubaron de inmediato”. Daniel, como decidió llamarlo, pasó diez días hospitalizado. A pesar de las pocas esperanzas que le daban los médicos, Alicia se aferró a su fe como miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Oraba pidiendo que Dios actuara a través de los médicos.
Contra todo pronóstico, Daniel comenzó a respirar por sí solo. Cuando finalmente le dieron el alta, le advirtieron: “Cuídelo mucho, sobre todo su cabecita”. Desde entonces, la vida de Alicia cambió por completo. Daniel convulsiona con frecuencia, usa válvulas en su cabeza y necesita atención constante. “Es difícil. Una madre nunca quiere ver a su hijo sufrir”, dice con voz temblorosa. A pesar de las dificultades, Alicia no abandonó sus estudios secundarios. Agradece el apoyo de su cuñada Lucy y su hijastro, a quien también considera su hijo. “Si tengo que salir a comprar medicamentos o pañales, él se queda con el niño. Es muy cooperativo”.
Desafíos y fortaleza
Hoy, Daniel tiene ocho años y vive en Santo Domingo Norte, Sabana Pérdida. Su cuidado requiere atención constante. Alicia conoce cada detalle de su condición. “No se le puede tapar la válvula. Si eso pasa, hay que salir corriendo al médico”, explica. Alicia ha aprendido a cuidar a su hijo a base de experiencia. “Yo no sabía nada sobre enfermedades congénitas. Todo lo aprendí poco a poco”, comenta. Hace un llamado a las autoridades para que eduquen más a las madres sobre estas condiciones desde el embarazo. A pesar de todo, Alicia se mantiene firme en su decisión de no someter a Daniel a un botón gástrico, ya que come por sí solo. Agradece el subsidio mensual del Gobierno, pero considera que se necesita más apoyo para madres como ella.
Alicia admite que hay días en los que se siente agotada. “Lloro, hablo con Dios y le pido fuerzas, pero cuando veo a mi hijo sonreír, siento que Dios me está respondiendo”. Esa sonrisa, dice, es su motor, su señal de que todo vale la pena. Con voz firme y ternura en sus palabras, envía un mensaje a otras madres en situaciones similares: “Aunque se aproxime una montaña, confíen en que Dios será su muralla. No se rindan. Cuando parece que todo terminó, es cuando Dios empieza a obrar”. Y lo repite con fe: “El Señor dice: ‘Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar’. No dejemos que la duda entre en nuestros corazones. Cuando dudamos, dejamos de confiar en lo que Dios puede hacer”. Con la misma convicción que la sostiene día a día, concluye: “Así como Dios ayudó a Pedro a salir del agua, yo también tengo mi fe puesta en él. No la cambio por nada”. La historia de Alicia es un testimonio de la fuerza y el amor inquebrantables de una madre.